Arnaldo tiene 38 años, cumple su condena en el Centro de Rehabilitación Social (Cereso) de Encarnación. El mismo fue sentenciado a 25 años de cárcel, tiempo que decide aprovechar para dar cambios a su vida entre rejas.
El hombre, gracias al oficio de herrero, que aprendió desde los 9 años, sale adelante pese a las dificultades que se presentan dentro de la cárcel. “No importa lo mucho que parezca complicada la vida, todo puede cambiar y el método es valerse de uno mismo y planificar”, expresó.
Arnaldo recuerda cómo se inició en la herrería: “Seguí los pasos de mi padrastro. Prácticamente nací viéndolo golpear el hierro al rojo vivo en su Herrería de nombre Miguel de Capitán Miranda, Itapúa”.
Entre emociones, recordó que logró levantar su propio negocio de herrería, donde tuvo muchos clientes. Sin embargo, mencionó que, por un tropiezo, ingresó al penal en el año 2011. “Permanecer 20 horas encerrado empezó a afectar mi salud mental y procuré para mi taller de herrería”, dijo.
El mismo también mencionó que enseñó a otras personas privadas de su libertad este oficio tan sacrificado. En total, 10 compañeros de Arnaldo aprendieron de herrería y, al lograr su libertad, se les abrieron nuevos horizontes, lo cual le llena de orgullo.
Intramuros, el interno culminó sus estudios de bachiller a través del Ministerio de Educación. Asimismo, terminó los cursos de electricidad domiciliaria, operación de computadoras y refrigeración con Sinafocal.
Igualmente, gracias a las capacitaciones brindadas por el SNPP, el herrero concluyó los cursos de administración de empresas, marketing y ventas, atención al cliente, plantes de negocios y guaraní.
Arnaldo contó cómo es su rutina dentro del penal: abre su pequeña fábrica a las 7:00, la única llave la tiene él y sin su autorización, nadie ingresa a ese lugar ya que trabajar con hierro dentro de la cárcel posee inseguridades.
Para dar inicio a la jornada laboral dentro de la penitenciaría, viste su delantal, unos guantes de cuero, antiparras y careta. “El pedido que más recibo es la fabricación de rejas, que me deja una ganancia de entre G. 1.800.000 a G. 2.500.000, aparte del costo del material”, señaló Arnaldo.
El hombre privado de su libertad realiza portones fijos, automáticos y corredizos; puertas, escaleras, ventanas, rejas, cortinas metálicas, protectores de aberturas y balancines.
Arnaldo no pierde las esperanzas de poder disfrutar nuevamente de su cálido hogar. El mismo desea reencontrarse con su madre y sus cuatro hijos. Además, uno de los sueños es dar apertura a un negocio metalúrgico. El hombre aguarda tener una revisión de sentencia por su conducta en algún tiempo.
Además de estructura de tinglados y muebles para interior, quincho y jardín. Le competen el diseño y fabricación.
El trabajo de colocación queda en manos de un primo suyo. Sus clientes son los mismos de afuera, algunos funcionarios del Cereso y gente de la visita.
Arnaldo demuestra que las rejas de un penal no son impedimentos para volver a creer en uno mismo, salir adelante y, así, no quedar atrapado en la oscuridad.