Don Julio César, alias “Chiva”, de 51 años, recluido en el Penal Regional de Encarnación, más conocido como Cereso, inicia su labor como maestro panadero antes de que salga el sol.
Para las 6:00, don Julio ya debe tener enfriados y embolsados los panes que quedaron en reposo desde la tarde anterior para la cocción. Él cuenta su historia y cómo inició en este oficio.
“Aprendí de grandes maestros panaderos en Argentina y Brasil y cada vez que salgo con el pan caliente del día siento la satisfacción que las personas privadas de su libertad comen saludable”, expresó don Julio, quien además indicó que hace más de 40 años prepara exquisitas piezas, sean dulces o saladas para el paladar.
“Chiva” tiene un gran rol dentro del penal, desde que fue recluido hace cinco años, diariamente hornea 10.000 galletas para 1.245 internos. El mismo cuenta que, en total, amasa 150 kilos de harina y no les adhiere conservantes.
Además de las esponjosas galletas, don Julio, en días especiales, hornea galletones con anís, pan cañón, francés, de Viena, de leche, de hamburguesa, integral o dietético y hasta coquito o rosquita.
Con ayuda de cuatro personas privadas de su libertad, el maestro panadero del Cereso cocina contra reloj, pero agregando siempre una sonrisa a sus ingredientes.
Además de ser el alma de la panadería dentro del penal, “Chiva” también se encarga de enseñar el oficio a sus compañeros. “Solo necesitan ganas de formarse, con algunos conocimientos básicos es suficiente. Si aprenden, podrán poner un puesto de pan al salir”, manifestó.
Don Julio aún estará dos años más tras las rejas, pero ya piensa en lo que hará al salir: abrir su futura panadería y comprar máquinas de segunda mano. Este sueño será posible para “Chiva” gracias a su ganancia en la cantina de verduras y frutas, que montó con secretarios privados de libertad y con el visto bueno del director.
La venta de su autito viejo le servirá para adquirir un camioncito repartidor.
“Chiva” tiene tres hijos y, al recuperar su libertad, espera llevar una vida tranquila, dejando atrás al niño de apenas 7 años que salió a ganarse la vida cobijado a su abuela, quien lo crió lavando ropas.
“De mita’i fui responsable, hice changas como lustrabotas, canillita y a los 11 años me estrené como vendedor de una panadería, cuyo dueño me adoptó como el padre al que nunca conocí. Al recuperar mi libertad trabajaré en mi propia panadería y viviré para ser útil a la sociedad, porque la ambición me quitó mucho”, señaló